Por: Rodrigo Rangles.

Parado sobre el mismísimo Paralelo Cero, en un rinconcito recóndito del Chocó Andino, mientras el sol repartía generoso sus ardientes destellos, viví asombrado otro de los incontables milagros de la naturaleza.
Cierto es que cada mañana, a mediodía, tarde y, hasta la noche, esta nueva Reserva Mundial de la Biósfera ecuatoriana nos sorprende con experiencias sólo posibles en un paradisiaco lugar mágico y encantado, como nuestra selva subtropical, en las agrestes pendientes noroccidentales del Pichincha.
Ahí, rodeado de guayacanes, melinas, cedros y los espigados abanicos de paja toquilla, asomaba la copa de un verde árbol que, a modo y manera de los trucos virtuales, comenzaba paulatina y constantemente a mostrar unos ramilletes con matices blancos, rosados y fucsias.
El inusual espectáculo duró varias horas, mientras el arbusto se bañaba entero de esos multicolores brotes florales que pincelaron de belleza la circundante jungla verde.
Incrédulo y conmovido de ver tanta maravilla que nos regalaba gratuitamente esa generosa naturaleza, sentí una alegría indescriptible similar a la que se vive cuando se presencian acontecimientos espectaculares.
Pasado ese momento de conmoción y grata sorpresa pensaba en el nombre de esa hermosa florida planta, desconocida para mí, y al señalar el fenómeno a uno de los chicos nativos de la zona, dijo, con un ademán risueño, tal vez despreocupado : “El helicóptero está dando flores”.
¿El helicóptero? repliqué yo admirado. Si – me explicó - así le llamamos porque, cuando caen las flores del árbol, giran como las hélices de ese aparato.
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