Rodrigo Rangles Lara
Varias generaciones defendieron, a riesgo de sus vidas, la casa de todos, en una larga e incomprendida lucha protegiendo el hermoso jardín natural donde los quiteños disfrutan aire limpio, aguas cristalinas, escenarios incomparables e inolvidables experiencias de vida sana.
Ahora, estamos en una cruzada cívica y pacífica solicitando tu firma, hermano de la capital, para que esa inmensa casa; cobija verde de flora y fauna exóticas, cuna de historias milenarias de ancestrales culturas, no se destruya ante la codicia de mineros extranjeros que valoran el oro y desprecian la vida.
Estamos frente a la disyuntiva de permitir la explotación de minerales, entre ellos, el siempre fascinante y codiciado metal brillante o proteger la naturaleza, al hombre y, por supuesto, a ese invalorable tejido de oro azul de caudalosos ríos prístinos, fuentes acuíferas, cascadas, manantiales o riachuelos que son la esencia de la existencia.
Minar el oro, sea a cielo abierto o cavando profundas galerías subterráneas, solo es posible hacerlo usando gigantescas cantidades de agua que, según la técnica empleada, les mezclan con mercurio, nitratos o cianuro envenenando los ríos, creando desiertos estériles, en fin, acabando la vida.
Según Bastián Baena, del portal 300 gotas, un día de explotación minera, demanda una cantidad de agua necesaria para abastecer a una población de 600 mil habitantes, en un planeta donde el líquido vital es cada vez más escaso.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la UNICEF denunciaron que 2.200 millones de personas, en el mundo, carecen de acceso a servicios de agua potable gestionada de forma segura y 297 mil menores de cinco años mueren, cada año, debido a enfermedades causadas por malas condiciones sanitarias o de agua potable.
El valor estratégico del agua dulce se siente con mayor fuerza si conocemos que cada vez se dispone menos debido a la contaminación, sequías a causa del cambio climático; uso excesivo especialmente, en países industrializados, ausencia de inversión y un crecimiento poblacional que supera los 8 billones de seres humanos.
Obtener oro a cambio de utilizar tanta agua y, además, contaminarla, es un mal negocio. Sino veamos: estudiosos del tema sostienen que procesar un gramo de oro, desde la exploración hasta el refinamiento, exige utilizar cinco mil litros de agua, es decir, 1.250 galones. Si cada galón embotellado cuesta un mínimo de un dólar, estamos invirtiendo 1.250 dólares para obtener un gramo de oro que venderíamos a 60 dólares, el más fino. Y, por añadidura, contaminamos miles de galones más, con metales pesados, que impiden el resurgimiento de la vida.
Por esas y muchas otras razones, estamos empeñados en proteger ese inmenso banco genético de la depredación de los mineros; pues, bien sabemos que, cada una de 287 mil hectáreas de selva, absorbe 250 toneladas de CO2, limpiando el aire de Quito, el país y el mundo, factor determinante para que las Naciones Unidos, en el 2018, certifique al Chocó Andino como reserva mundial de la biósfera.
Tú decides, si te adhieres a la campaña “Quito, si minería” y, con tu firma, habilitar la consulta popular que protegerá tu vida y la de tus hijos
Comments