Luis Onofa.
Humanidad frente al cambio climático parece asemejarse al Titanic, aquel prodigio de la Segunda Revolución Industrial, que por su dimensión (270 metros de longitud y 53 de altura, con un peso neto de unas 46.328 toneladas y lento al navegar) no logró eludir a tiempo el iceberg que le rozó y provocó su hundimiento.
Su tripulación no había aquilatado la magnitud de la masa de hielo, porque, en medio de la obscuridad de la noche, apenas divisó su punta, e ignoraba que debajo de ella se escondía una enorme masa que tocó el casco del trasatlántico, cinco metros bajo su línea de flotación. Los pasajeros, tranquilizados por la tripulación, tampoco se preocuparon por el incidente y siguieron disfrutando de la comida y las bebidas, con el fondo musical de la orquesta de a bordo que siguió tocando tras el percance. Al final del drama murieron mil 500 pasajeros.
El mundo de hoy, como el Titanic, carga sobre sus hombros un pesado sistema de generación de energía, causante de un calentamiento global que podría ser trágico para la humanidad, del cual, sin embargo, no todo el mundo está consciente, mientras a quienes conocen su gravedad, parece no interesarles desmontarlo porque afecta sus intereses.
Los combustibles fósiles, causantes de ese calentamiento, cubren el 80 por ciento de la demanda actual de energía primaria en el mundo. El sistema energético que se sustenta en esos combustibles es la fuente de aproximadamente dos tercios de las emisiones globales de Co2, según Naciones Unidas.
Esas emisiones sumaron 31.600 millones de toneladas en el planeta, en 2018. La cifra es evidencia un crecimiento del 61 por ciento con relación a 1990. La tendencia debió continuar en 2019, según algunos especialistas, lo que volvería difícil que se cumplan las metas de reducción de ese fenómeno.
Ni China, ni Estados Unidos, ni Europa, los mayores emisores de esos gases, pueden prometer otra cosa que acortar sus plazos de reducción de sus emisiones, porque un cambio radical de su patrón energético, contraería sus metas económicas e inclusive afectaría sus objetivos geopolíticos. No hay que olvidar que, por ejemplo, el gigante asiático, cuya industria depende en alto grado del carbono, está en plena expansión económica, camino a convertirse en la primera potencia mundial en el siglo XXI.
Es cierto que los gigantes de la economía mundial desarrollan programas destinados a disminuirlos, pero ninguno de ellos en la magnitud necesaria para reducir las emisiones hasta el punto en que el aumento de la temperatura de la tierra sea solo de +1.5 en los próximos años.
Mientras tanto, sus estragos ya se sienten en el mundo: proliferan las sequías, los incendios forestales y las inundaciones descomunales, con el saldo de muertos, heridos y daños en la agricultura.
Las dilatadas negociaciones de la declaración final de la reciente Cop26, que se efectuó en Glasgow, entre octubre y noviembre pasados, al final repitió generalidades de sus antecesoras. El propio Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres la calificó como “insuficiente”.
Eso ocurre hace rato. Salvo la Declaración de París (1915) y la Cumbre de la Tierra (1992), las restantes reuniones han llegado a conclusiones generales, que además no son vinculantes. Y, aunque lo fueran, algunas de las grandes potencias no han tenido problema en incumplirlas. A su tiempo, Donal Trump, como Presidente de Estados Unidos, no solo que rechazó esas metas, sino que sacó a su país del foro mundial sobre el calentamiento global.
Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero requiere recursos financieros. La cumbre de Glasgow se limitó a exhortar a las grandes economías a cumplir la meta de entregar 100 mil millones de dólares anuales para proyectos de mitigación del cambio climático, pero ninguna gran potencia apostó por su cumplimiento.
Los programas de financiamiento de proyectos apenas oscilan en dos mil millones de dólares. Son una gota de agua en el desierto frente a la magnitud de recursos que se necesita para disminuir la emisión de gases de efecto invernadero.
Para variar, las transnacionales energéticas tienen una alta responsabilidad en el problema. Un análisis elaborado por Richard Heede, del Climate Accountability Institute de Estados Unidos, da cuenta que 20 grandes empresas han contribuido al 35 por ciento de todo el dióxido de carbono y metano emitidos desde 1965. En el listado figuran transnacionales de propiedad privada como Chevron, Exxon, BP y Shell, y compañías estatales como Saudi Aramco y Gazprom.
Las emisiones de los hidrocarburos extraídos por estas 20 empresas desde 1965 equivalen a 480.000 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente, mismas que representan el 35 por ciento del total de dióxido de carbono y metano emitidos en todo el mundo por actividades energéticas.
El mundo de ahora, como la tripulación y los pasajeros del Titanic, parece no avistar con claridad la dimensión de ese iceberg llamado calentamiento global. Todavía no lo ha impactado de lleno, pero está rozándolo. Datos de la organización mundial que batalla contra el cambio climático indican que el incremento de la temperatura global llegará a la “catastrófica” cifra de 2.7 grados centígrados
Al igual que la tripulación del Titanic, que según algunas crónicas sobre la tragedia, cometió error tras error la noche en que el transatlántico se hundió en las frías aguas del Atlántico Norte, el mundo de hoy, o mejor dicho, algunos de quienes fungen como sus capitanes están cometiendo errores respecto al calentamiento global.
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